jueves, 13 de mayo de 2021

truculenta

Cuando era pequeña y descubrí a mamá leyendo mi diario dejé a remojo toda la ira que puede sentir una niña de siete años y no dije nada, pero por la noche escribí que la odiaba. Huérfana de conciencia (porque, además, no era verdad), puse: ODIO a mi madre. Así, con esa palabra en mayúsculas. Cerré el candado y me acosté con la serenidad de quién sabe que ha impartido justicia y el deseo nocturno de que volviera a profanar mi intimidad pronto.
Tiempo después, cuando ya era demasiado tarde para enmendarlo y las primeras gotas de remordimiento me chiscaban las mejillas, reflexioné sobre qué era realmente más malo y retorcido: si odiar a tu madre o no odiarla, pero desear que ella sufriese como si así fuera.
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