jueves, 21 de enero de 2021

milagro

Desciendo, como cada día, al lazo del diablo que me arruina la calma. Ya se me sienta a horcajadas incluso antes de que estos ojos ciegos sorban el último resquicio de luz. El truculento secreto besa mis labios con la boca llena de bilis y cargo con ese aliento fétido al menos hasta la hora de la comida. Siempre susurraba, no para mí, yo nunca podía oírle, pero bastó escucharle una sola vez para que su voz animal violase mi selectiva memoria. Murmura para él mismo todos los ideales que le manan desde las tripas y estos anidan delicadamente en mi pelo, decolorándolo así sin amoniaco. Crueles anhelos colmados de lascivia que imponen su cautiverio voluntario en mis entrañas.


Temo permanecer presa en este bucle pasado indefinidamente. Entonces, mi alma atea le reza a todos los dioses que conoce (por si da con el verdadero) con la esperanza de que la libre del mal, amén. A pesar de no estar libre de pecado, Jesús se compadece de mis mendigas súplicas, escupe en las sábanas efecto desteñido y tras enjuagar el barro finalmente veo algo de luz y busco su rostro. Recuerdo que es sábado y yo sigo siendo ciega de nacimiento, pero si logro ver a Cristo en la destartalada pared significa que he escapado.

No necesito mirar, te olfateo, estoy en la cama correcta.
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