Hay personas que son estrella. Las ves diminutas, pero es solo porque están lejos, en realidad son enormes, tanto que ves su luz a millones de kilómetros. Cuando estás en fase menguante de ánimo te abrazan hasta dejarte nueva. Ellas saben mantener tu inspiración en fase creciente y, como un cohete a fuego, van a acompañarte hasta que te sientas llena. No dejarán que la atmósfera de complicidad decaiga aun cuando te pases algún lustro fuera de órbita. Siempre están ahí, dentro de tu universo infinito, aunque a veces en noches nubladas no las logres encontrar.
Te ayudarán a salir del agujero negro cuando sientas que te absorbe o cuando la gravedad de Júpiter te impida levantarte. Ellas dibujarán constelaciones en tu espalda, aunque tú te hagas luna de sangre. Algunas serán fugaces, y solo estarán ahí de paso para maravillarnos con su luz y después desaparecer dejando tan solo un deseo y su recuerdo. Pero todas ellas crean una preciosa galaxia de colores purpúreos en la que vives tu propia supernova espacial.
Hay personas que son estrella. Brillantes, bonitas y constantes. Muy necesarias en la vida de una Luna llena de fases locas que no deja de girar.
