jueves, 29 de abril de 2021

injusticia

Si mis días hubiesen sido dignos de ser vividos habría sido comprensible y hasta sencillo aceptarlos y haberme dejado arrastrar por una existencia sabor vainilla, que no es algo espectacular, pero siempre resulta agradable saborearla. No poseo un paladar fino, te lo juro, solo tenía hambre y me habría conformado con la posibilidad de morder la rancia galletita de un helado de nata barato, sin embargo, se sucedían anoréxicos los años. Cuando tu índice de masa vital es muy inferior a la media y se te marcan (prominentes) las lágrimas que guardas bajo las costillas, continuar víctima en ese decadente ayuno forzado deja de ser una opción. Para los que fuimos tributos de los juegos del hambre de vida, que nunca nos habíamos dado un festín de postín, creer en el karma o en que todo pasa por algo era una idea altamente desnutrida de cordura. 
 
 
No podía existir de manera pasiva como todos los demás y permitirme el lujo de tomar acción solo ante un inminente riesgo que trastocase las recomendadas cinco comidas diarias. Yo ya había nacido con un horario caótico, nunca he mamado de forma regular ni constante, y al borde de entrar en la treintena me había saltado ya demasiadas tomas. Así que, en realidad, no fui valiente porque nunca arriesgué nada ni tomé ninguna decisión: solo soy una mamífera, desde siempre hambrienta, que posee ese instinto animal de succión innato. 

 ¿Y ahora (solo porque vivo empachada de risa) me dices que esta es la prueba de que, efectivamente, hay un destino? ¿De que todo se pone tarde o temprano en su lugar? No, mi amor, en esta vida sigue sin haber justicia ni equilibrio. No te dejes engañar por mis caderas, ahora ensanchadas, de meses que transcurren bañados en mandarinas, helado, galletas, yogur, chocolate y almendras. Me gustaría pensar que me merezco esta merienda dulce y posterior siesta (con y sin comillas) a tu lado después de casi tres décadas de inanición. Pero, para ser sincera, si la vida fuese justa yo no sonreiría al embriagarme el sudor haciendo la naranjada por la mañana. Si la vida fuese justa no me dolerían los dedos de cortar chocolate ni habría tenido que aprender a hacer fideuá. Si la vida fuese justa no seleccionaría y contaría tres piezas de cada fruto seco que pongo en el cuenco a la hora del desayuno, de la comida y (si tienes deudas pendientes) de la cena. Si la vida fuese justa no tendría un cucharón con mis huellas dactilares marcadas ni tú habrías querido aprender a cocinar(me) a fuego lento con esmero y dedicación para convertirte en el mejor chef. De repente todo huele a amor recién hecho. Me remueves bien, maldito. Gracias por este banquete de vida bien vivida.

 No. Por suerte para algunas, la vida no es justa.
Todos los textos e imágenes pertenecen a Nana limonada salvo que se indique lo contrario. Con la tecnología de Blogger.