domingo, 13 de junio de 2021

sangre

 Sentenciamos que el amor es libre y no se elige. No habría ningún sufrimiento ligado a cuestiones amorosas si pudiésemos decidir de quién nos enamoramos y a quién dejamos de querer. Es un sentimiento que surge, azaroso, y no depende de ningún factor que podamos controlar o prever... salvo en el caso de la sangre. En ocasiones dudo seriamente sobre si compartir genes guarda algún tipo de relación con los sentimientos o tan solo es uno de los comportamientos culturales que asumimos religiosamente como verdades incuestionables.

La familia (la de tu sangre, "la de verdad") es lo primero. Porque la paciencia que tienes con tu madre no la tienes con ninguna otra persona. Porque da igual las fechorías que haga tu hijo, él no tiene que demostrarte nada ni ganarse tu afecto porque tú lo amas desde que nació y para siempre. No importan las peleas que hayas tenido con tu hermano, siempre estaréis el uno para el otro. Por mucho menos de lo que te hacen ellos has terminado con amistades o relaciones amorosas. 

La vara medidora nunca es la misma para todas las personas. Aquellos que no comparten genes con nosotros tienen que currárselo mucho más y para siempre, porque podemos abandonarlos si nos traen demasiados disgustos o porque puede que nos dejen de querer algún día. Esa posibilidad no está contemplada con la familia. Inconscientemente aceptamos que siempre formarán parte de nuestra vida, ni si quiera nos planteamos si esa relación nos aporta o no, si la deseamos o no, si los queremos de verdad o no. 

Debes amar a tu sangre por encima de todos, por tiempo infinito y sin condiciones. Eso es lo que te enseñan, y lo ves natural, pero ese mismo sentimiento se considera tóxico, dependiente o enfermizo si te lo provoca una persona que no comparte ese lazo sanguíneo. Nos dicen que con los demás nunca se sabe, si son ajenos a nuestra tribu vienen y van, nunca podrán tener un vínculo tan fuerte con nosotros. 

¿Sabes por qué te planteas si quieres hijos? 

Porque al final, lo que todo el mundo desea, es amor incondicional, garantizado y para siempre. Necesitamos la tranquilidad de saber que pase lo que pase alguien nos ama más que a nadie. Necesitamos poder despreocuparnos y bajar la guardia, no estar luchando por mantener relaciones no sanguíneas (y por lo tanto, frágiles e inseguras). Todos queremos ser el número uno para alguien sin sentir que estamos en la cuerda floja, sin tener que esforzarnos para mantenerlo, y eso solo te lo garantiza la sangre. Ella es la única que no te juzga ni tiene expectativas sobre ti, te hace merecedor de todo el amor del mundo por derecho. Y cuando nuestros mayores se van, poco a poco nos entra el miedo a quedarnos huérfanos de sangre, y necesitamos que ese lazo inquebrantable siga ahí. Entonces te das cuenta de cuantísimo necesitas un hijo. 

A todo este brote de amor infinito se le considera hermoso y se le llama familia, si no lo es, entonces lo llaman codependencia tóxica y baja autoestima. 

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