sábado, 5 de febrero de 2022

el grim

 De niña ya me unía algo especial a los sueños. Yo necesitaba entenderlos, buscarles un significado... al igual que me ocurre con cualquier cosa que se escapa a mi voluntad. Recuerdo que en casa había un diccionario de los sueños de Círculo de lectores y cada noche me acostaba deseando soñar algo lo suficientemente claro como para poder buscarlo en ese libro. Soñaba mucho, muy seguido y en aquella época pensaba que los sueños eran adivinatorios, tan solo predicciones de futuro a la espera de ser descifradas.


Una vez tuve la angustiosa pesadilla de que se me caían poco a poco todos los dientes. Los notaba desprenderse y caer sobre mi lengua dejando un regusto ferroso, sentía como la boca se me llenaba de pequeñas piedrecitas hasta que eran tantas que tenía que escupir. Según el diccioráculo eso era un augurio de muerte tan claro como ver el Grim en los posos del té, y yo estaba sumamente preocupada. Por un lado no entendía por qué los adultos no le daban importancia a esas predicciones y por otro tampoco entendía como (de no ser ciertas) estaban escritas en un libro que, por no estar dirigido a niños, yo consideraba serio y veraz. En el presagio no se hacía referencia a ningún plazo de tiempo ni forma, así que esperé morir más bien pronto y de cientos de maneras posibles: en un accidente de tráfico, atropellada, siendo golpeada por una teja o maceta que caería desde un edificio, cayéndome a las vías del tren o al río, apuñalada por un asesino... Morir enferma o mientras dormía no eran opciones que se me pasasen por la cabeza entonces. Los niños somos bastante dramáticos y yo siempre fui una intensa. Escribí cartas de despedida y últimas voluntades que desearía fervientemente conservar ahora. Al cabo del tercer día decidí que ya había pasado tiempo suficiente como para considerar que ese libro no era fiable, así que dejé de leerlo. Porque yo era de ciencias exactas y si no había acertado con un sueño ya no lo haría con ninguno.

Esa fue la primera vez que soñé como se caían todos mis dientes, una de las muchas pesadillas recurrentes que tengo. Comencé a escribir lo que soñaba para no olvidarlo (ese cuaderno desgraciadamente tampoco lo conservo) y se inauguró entonces una nueva búsqueda de sentido a los extraños pensamientos que habitan mi mente mientras duermo.
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