domingo, 2 de enero de 2022

animales marinos

 Pese al impacto inicial de tu piel helada no me asusté cuando invadiste mi momento de intimidad y tus labios, extraños, me besaron con fuerza. ¡Animal! Me mordiste y me hiciste sangrar. Mi piel se erizó (aún sumergida a cuarenta grados) y el agua tornó el suelo de ese baño sucio y oscuro en un pantano. Imposible que más de cien kilos de carne pudieran revolverse en la diminuta bañera en la que poco antes intentaba estirar al completo las aletas, perdón, piernas. 

Tus manos sobre mi cara me agarraban las mejillas como quién sujeta firmemente la lombriz antes de ensartarla en el anzuelo. Después recorriste cada escama de mi cuerpo hasta las rodillas que, sé que lo intentabas, pero te aseguro que no podían separarse más. En mitad de la batalla de anguilas eléctricas, las olas salvajes convirtieron aquel piso en el mar de Drake.


Estabas fuera de control, dictadura del éxtasis. Tuve miedo. Recuerdo que grité, no porque no hubiese deseado aquel banquete chorreante en más de una ocasión, sino porque recordé mis pulmones de mamífero terrestre y temí morir ahogada. Tus ojos se detenían en un punto de mi cuerpo ya enrojecido y, como una mira telescópica que fija su diana, disparabas con furia y precisión tus mordiscos y lametones. Una y otra y otra vez. Yo intenté mantener la cabeza a flote en algún lugar donde poder inspirar algo de oxígeno de ese aire cargado de sudor, vaho y sal. Mientras, tu boca, ya ciega de placer, buscaba la mía entre gemidos. La espalda ardía en arañazos con cada embestida y mi cuerpo era ya menos humano y más medusa. 
Dada nuestra condición animal, no pudimos articular ni una sola palabra mientras aquello duró. Nuestros tentáculos aun seguían enredados minutos después de que añadiésemos algo más de humedad a nuestra laguna azul particular. Fue entonces que tus ojos despertaron de la hipnótica euforia transformándote de nuevo en un hombre. Sabiéndote ya el mayor depredador existente, buscaste con preocupación mi mirada, siendo consciente por primera vez de que ahí había otro ser vivo y temiendo hallarlo cruelmente asesinado.
¡Sobreviví! Fue al primer contacto de tu lengua entre las piernas que dejé de sentirlas, me brotaron branquias y me transformé en sirena. 

A veces me pregunto dónde estarás, viejo lobo de mar. Con los años ya olvidé tu nombre, pero no me volví a dar un baño nunca más.
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