Como no podemos dormirnos abrazados porque él es un sol con sus quince millones de grados (entre otras cosas), lo hacemos cada uno en su lugar, pero las manitas se encuentran siempre en su cita clandestina no programada. Me gusta apreciar la ternura de ese gesto rebelde y natural que nos sale al acostarnos. Nos acomodamos a nuestro ritmo particular y, finalmente, cuando hallamos LA POSTURA, nuestras manos reptan buscándose. ¡Es que lo queremos todo! El roce y la intimidad de los enamorados pero con la libertad y la comodidad de quién valora y necesita un buen descanso.
En nuestro sencillo lenguaje de cama (nunca estudiado, pero bien aprendido desde el día uno) acaricio los dedidos de mi sol brillante con un movimiento que es imperceptible si duerme pero que genera una respuesta gemela si aun está consciente. Así se dice "hola" o "te quiero" o "estoy aquí" en ese idioma, aunque todo es lo mismo para nosotros. A veces es él quién me dice "te quiero" con su mano cuando respiro raro o me ahogo en una pesadilla líquida.