domingo, 12 de septiembre de 2021

soltar

Con diez años tenía por costumbre bajar después de cenar a casa de mi abuela para jugar un ratito a las cartas. Echábamos unas partidas al burro sobre todo y algunas veces también al cinquillo. A la escoba, que es mi juego favorito, aprendí más adelante, pero ya sin mi abuela. Recuerdo perfectamente ese día que me senté en la cocina y le dije que al burro. Ella me respondió sonriendo que no sabía y yo pensaba que me estaba gastando una broma o que era una excusa tonta porque no le apetecía. ¡Pero si jugamos ayer güelita! Esa noche no hubo ninguna partida y ella se quedó mirándome como nunca lo había hecho antes. Aún puedo recrear en mi mente, veinte años después, su cara. Tenía la sonrisa de quién acaba de conocer a su nieta querida, la sonrisa de quién contempla por primera vez a una niña que sabe que quiere de algún modo, pero que no recuerda haber visto antes. Días después me explicaron lo que era el Alzheimer y yo me quedé aterrada. 

Perder los recuerdos, de forma irremediablemente se convirtió en una de las cosas que más miedo me daban por aquel entonces. Podía estar más o menos satisfecha con mis diez años de vida, pero esos años formaban parte de lo que era, de mi esencia y no podía olvidarlos así como así porque entonces dejaría de ser yo misma. ¡Y a mí me encantaba cómo era (divina infancia)! Recuerdo ponerme a leer mi diario para comprobar la calidad de la información que había en esas páginas. Para mi desgracia estaba lleno de datos absolutamente irrelevantes, podía pasarme páginas detallando la hora a la que me había levantado, lo que había desayunado, comido y cenado (muy importante), los planes para ese día, alguna anécdota que diferenciara ese día de otro y algunos de mis deseos más próximos. Pero nada más, todo estaba narrado de la forma más objetiva posible, con absoluta pasividad, simplemente por el mero placer de recopilar datos y su fecha correspondiente. Me sentí decepcionada con un trabajo tan mediocre, así que estuve durante un tiempo intentando plasmar quién era yo de verdad, lo que pensaba, lo que sentía, cómo era mi vida al detalle por si acaso se me olvidaba alguna vez.


Ver a mi abuela perderse poco a poco me hizo entender que da igual que te expliquen y recuerden las cosas, daría igual que ella hubiese tenido un diario personal dónde detallase todo con exactitud porque pronto comenzó a olvidarse de leer, de entender y de hablar también. Al final solo tenemos el presente, es lo único que de verdad nos pertenece. El futuro nunca llega y el pasado, por mucho que nos guste, se nos desvanece de las manos tarde o temprano y no hay cuadernos ni fotos ni palabras ni objetos que lo puedan retener. Solo podemos disfrutar cada instante, seguir adelante y soltar. Soltar.
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