sábado, 3 de diciembre de 2022

fragmentos de amor

 

Hace mucho una persona logró verme a pesar de la gruesa armadura que protegía mi esencia. Y no necesitó más que una breve conversación escrita para ello. Yo había abandonado a la niña sentimental por pura supervivencia.

No sé cómo lo hizo, pero desde el primer día ya lo supo. Y mientras, alrededor, la vida se hacía pedazos y a nosotros nos invadía la calma y la paz que tanto necesitábamos. Llevábamos tiempo axfisiados, atrapados... y ya se nos había olvidado que habitábamos en una celda de la que nosotros mismos teníamos la llave. Así que descarriamos sin propósitos ni fechas, nunca nos suplicamos nada y lo dejamos todo en manos de ese destino en el que no creemos.

Conquistamos el universo del otro, su sonrisa, su cuerpo y todas las palabras bonitas que sin saberlo nos teníamos reservadas. Nos hicimos dueños de todo su tiempo, de las carcajadas, del placer y de cada pensamiento. Planeamos la vida sin planes y nos divertía pensar en aburrirnos muchísimo juntos. Descubrí que la felicidad es sencilla y gratis, que las rayas también son eléctricas, cómo actúa la cafeína ocupando el espacio del sueño en el cerebro y que probablemente sea tan guapo debido a que su ADN tiene los telómeros más largos. Fantaseo con que me explique la teoría de cuerdas aunque después, al ver los hoyuelos que me cortan el aire pierda instantáneamente la memoria.



No nos hemos vuelto a sentir solos, y mi desarraigo terminó cuando me hice un nido en su kokoro. Seguimos siendo ese poste que aguanta las olas día tras día pero sabiéndose más firme e indestructible con la compañía de un igual. Nos prometimos los paseos por la ladera, la pizza, el brownie y quedarme encerrada en la azotea. Nos prometimos probarnos mucha ropa, las fotos para nosotros, Lanzarote y Holanda. Nos prometimos vivir en los descansos, no estar nunca tranquilos y disfrutar día a día la calma. Nos prometimos el sofá, las lágrimas de emoción y nuestra propia cuarentena voluntaria vitalicia.

Desde que me supe amada vivo con el miedo a un castigo divino, una penitencia o un ajuste de cuentas pendiente con el destino... sé que tengo una enorme deuda con el karma. El gran juez de seguro me mira con suspicacia, planeando mi castigo de dos eternidades en el infierno para equilibrar la balanza. Sé que nunca he hecho nada lo suficientemente bueno para merecerlo, pero ya aprendí a recibir con sumo agrado todo aquello que la vida quiera enviarme.

Pronto empezaremos a vivir. Fingiendo con disimulo que, como todos, corremos hacia alguna meta. Pero sabiéndonos ya, desde el día que me abra la puerta de su portal especial, los número uno.

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