martes, 2 de agosto de 2022

cruel summer

 Al terminar con la plancha me acomodé tras tu espalda en la antigua camita de colores de ese cuarto al que llamamos biblioteca. Me gusta imaginarte durmiendo en ella en los ochenta, siendo un diminuto, y pensar que hoy aún te puedes tumbar ahí. Es una habitación curiosa en la que hay pizcos de todo lo bueno: libros bonitos, una butaca intrusa que nos impide cerrar la puerta, la mecedora, la antigua videoconsola, la tele pequeña y juguetes. Muchos juguetes (perdona por eso). Miré hacia la ventana, abierta de par en par para no morirnos con este auténtico cruel summer, y solo se veía el cielo.

 


Solo se veía el cielo. Como en ese instante en el que me pego bien a tu espalda. Nos tocamos con los pies, tú dejas las gafas en la destartalada tabla de planchar y cierras los ojos para relajarte en el descanso del partido Totenham-Chelsea. Yo aprovecho para atrapar instantes, darte besos flojitos en el hombro y acariciarte, porque te he echado de menos a pesar de cumplir la orden de acercamiento y no alejarme nunca más de cinco pasos de ti. Me chifla cuando se te llena todo el cuerpo de pinchitos al besarte la orejita y de lo intenso que es te resulta difícil decidir si te gusta o te molesta.

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